Potosí 3979, golpea la puerta tras mi primer paso, dormido. Saludo al encargado, hola Marcos, ¿Cómo estás Santiago? ¿Viste cómo llueve? Hacía mucho que no te veía, sí, es que salgo muy tarde de trabajar y vos te levantás muy temprano, bueno, me voy, ya no tengo excusa para quedarme, nos vemos a la noche.
Segundo paso, intento mirar al frente y no chocar contra las cajas que voy cruzando. Un perro amenaza a cruzar la calle, pero el colectivo que ya tendría que haber tomado le impide el paso.
Trece pasos después, llego a la parada. Siempre las mismas caras me rodean y no sé si saludarlos o no, hasta que me doy cuenta de que, en realidad, no nos conocemos. Sólo compartimos el viaje al trabajo, facultad, escuela y hospital.
Otro día gris enmarca las caras de mis viajeros predilectos, que deben pensar lo mismo que yo: ¿A dónde estará viajando el de adelante? ¿Por qué hoy no bajó donde baja siempre? ¿Dónde está la rubia de pelo corto? ¿Se habrá quedado dormida? ¡Cómo nos gusta inmiscuirnos en la vida de los demás!
Conjeturas y miradas son materia constante, hasta que el 151 se acerca al cordón y escuchamos al chofer que nos da la bienvenida: Vamos, suban, un pasito más. No llegó a aprender el guión completo, entonces sólo repite lo que se acuerda.
Siete pasos más por el angosto pasillo del colectivo me enfrentan a la primera gran decisión de la mañana. Es muy complicado decidir algo con el estómago vacío y con 5 horas de sueño. Aún así, lo intento.
Intercambio miradas cómplices con el pelado de siempre, cada día más pelado. ¿Quién logrará sentarse primero?
Sigo atravesando un período de ensoñación que me deja más cerca de un accidente. Confundo la realidad con los sueños, recuerdos, anécdotas, evocaciones y caras grises de todos los días se mezclan con personajes y lugares que existen, pero en otra ciudad.
Sé que dormir 5 horas no es lo mejor que me podría haber pasado en el año, pero es la única opción que me queda.
Una señora ve mi cara de preocupación, sueño y alienación. Me mira fijo hasta que me doy cuenta, y no tiene mejor cosa que hacer que preguntarme: ¿Recién se levanta muchacho?
Segunda decisión de la mañana, miro de costado y veo que aún no salimos de Almagro, falta media hora para llegar, ¿le contesto a la señora o miro para otro lado? No puedo con mi genio: No, me levanté hace una hora, pero es que trabajo hasta muy tarde y todos los días cumplo con mis horarios. Me acuesto a la dos y me levanto a las siete y diez…
Ya no me escucha, misión cumplida.
Las charlas de colectivo son como las conversaciones triviales en las salas de espera o en la cola de un banco, no creo que en esos lugares pueda empezar un debate acerca de filosofía presocrática o cine alemán de la preguerra, ni hablar de las grandes novelas del formalismo ruso.
Nunca vamos a superar la barrera del estado del tiempo, fútbol o la rutina laboral.
Es un buen momento para hojear el libro de Cortázar: "… las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera por qué tanto apuro, por qué esa carrera entre desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante. FIN".
Tres cuadras más tarde sucede lo inesperado, veo un asiento libre en el fondo. Tengo que esquivar a una señora que toca el timbre, dos chicas que bajan dentro de cinco minutos y caminar mirando fijo, con convicción.
Tiene que ser mío.
Mis mañanas se parecen cada vez más al entrenamiento olímpico para los juegos de Beijing. Salto en largo, con los charcos; velocidad, para llegar justo a la parada; carrera con obstáculos, esquivando gente para ganar el asiento. Para viajar cómodo es muy importante el entrenamiento físico y mental, hay que estar preparado para batallar ante cualquier oponente.
Hay una diferencia, sutil, sé que no voy a ganar ninguna medalla, pero sí algo mucho más valioso: la posibilidad de leer algún cuento corto en un asiento confortable. Bueno, sabemos que no son muy confortables, pero a esa hora viajar sentado es lo mejor que nos puede pasar.
Estoy llegando al asiento, no tengo más oponentes en el camino. Busco el libro en la mochila y, cuando me estoy por sentar, entiendo todo. La filosofía pasatista se apropia de mí: ¿Quién dejaría librado al azar un asiento junto a la ventana? ¿Existe gente tan bondadosa?
Todas las respuestas aparecieron en forma de agua. El asiento estaba libre porque la lluvia le había ganado de mano al pasajero que, resignado, dejó su lugar para darle paso a la tormenta. Con la solidaridad a flor de piel cierro la ventana e intento secar el asiento. Logrando una gran marca de agua en el sweater, que el sol o el tiempo borrarán.
Me rindo, el agua es el único elemento capaz de deshacer cualquier esfuerzo humano por dominarla. Sin más ganas de luchar me rindo y le cedo la medalla de oro a la lluvia. Una disciplina que aún no domino.
Curva a la derecha, faltan 400 metros para la meta.
Resta la disciplina más complicada del torneo, en la cual nadie quiere competir: lograr que el colectivero no pase de largo ni que insulte al escuchar el timbre.
En sus marcas, listos, ¡fuera! Esquivo la señora de la peluca, 300 metros, el colectivero espía por uno de sus cinco espejos, 250 metros, el pelado me mira pero hago caso omiso a su amenaza, 200 metros, salto una mochila, 150 metros, gano otra mirada por parte del pelado, 100 metros.
Clavo la vista en los ojos del colectivero, siempre a través de sus espejos. Lo miro pidiendo clemencia y aprieto el timbre. No obtengo respuesta alguna, pero espero: la paciencia puede volverme loco, pero entiendo que no quiero ganarme la enemistad de mi conductor.
50 metros para la meta.
Estuve a punto de resignar la última medalla del día, pero el grito de una señora que bajaba en la misma esquina logró despertar al colectivero, quien no pudo ceder a la tentación de derrotarme una vez más: ¡Parada chofer!
Ganamos.
Bajo el último escalón del colectivo, creyendo que las olimpíadas habían terminado. Gran equivocación, por un error de los jueces estaban repitiendo la disciplina más tediosa, salto de charcos, pero no llegaron a notificarme. Dicen que me mandaron una carta, pero viste cómo es esto que el correo y la burocracia…
Otra medalla de oro para el agua...
Segundo paso, intento mirar al frente y no chocar contra las cajas que voy cruzando. Un perro amenaza a cruzar la calle, pero el colectivo que ya tendría que haber tomado le impide el paso.
Trece pasos después, llego a la parada. Siempre las mismas caras me rodean y no sé si saludarlos o no, hasta que me doy cuenta de que, en realidad, no nos conocemos. Sólo compartimos el viaje al trabajo, facultad, escuela y hospital.
Otro día gris enmarca las caras de mis viajeros predilectos, que deben pensar lo mismo que yo: ¿A dónde estará viajando el de adelante? ¿Por qué hoy no bajó donde baja siempre? ¿Dónde está la rubia de pelo corto? ¿Se habrá quedado dormida? ¡Cómo nos gusta inmiscuirnos en la vida de los demás!
Conjeturas y miradas son materia constante, hasta que el 151 se acerca al cordón y escuchamos al chofer que nos da la bienvenida: Vamos, suban, un pasito más. No llegó a aprender el guión completo, entonces sólo repite lo que se acuerda.
Siete pasos más por el angosto pasillo del colectivo me enfrentan a la primera gran decisión de la mañana. Es muy complicado decidir algo con el estómago vacío y con 5 horas de sueño. Aún así, lo intento.
Intercambio miradas cómplices con el pelado de siempre, cada día más pelado. ¿Quién logrará sentarse primero?
Sigo atravesando un período de ensoñación que me deja más cerca de un accidente. Confundo la realidad con los sueños, recuerdos, anécdotas, evocaciones y caras grises de todos los días se mezclan con personajes y lugares que existen, pero en otra ciudad.
Sé que dormir 5 horas no es lo mejor que me podría haber pasado en el año, pero es la única opción que me queda.
Una señora ve mi cara de preocupación, sueño y alienación. Me mira fijo hasta que me doy cuenta, y no tiene mejor cosa que hacer que preguntarme: ¿Recién se levanta muchacho?
Segunda decisión de la mañana, miro de costado y veo que aún no salimos de Almagro, falta media hora para llegar, ¿le contesto a la señora o miro para otro lado? No puedo con mi genio: No, me levanté hace una hora, pero es que trabajo hasta muy tarde y todos los días cumplo con mis horarios. Me acuesto a la dos y me levanto a las siete y diez…
Ya no me escucha, misión cumplida.
Las charlas de colectivo son como las conversaciones triviales en las salas de espera o en la cola de un banco, no creo que en esos lugares pueda empezar un debate acerca de filosofía presocrática o cine alemán de la preguerra, ni hablar de las grandes novelas del formalismo ruso.
Nunca vamos a superar la barrera del estado del tiempo, fútbol o la rutina laboral.
Es un buen momento para hojear el libro de Cortázar: "… las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera por qué tanto apuro, por qué esa carrera entre desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante. FIN".
Tres cuadras más tarde sucede lo inesperado, veo un asiento libre en el fondo. Tengo que esquivar a una señora que toca el timbre, dos chicas que bajan dentro de cinco minutos y caminar mirando fijo, con convicción.
Tiene que ser mío.
Mis mañanas se parecen cada vez más al entrenamiento olímpico para los juegos de Beijing. Salto en largo, con los charcos; velocidad, para llegar justo a la parada; carrera con obstáculos, esquivando gente para ganar el asiento. Para viajar cómodo es muy importante el entrenamiento físico y mental, hay que estar preparado para batallar ante cualquier oponente.
Hay una diferencia, sutil, sé que no voy a ganar ninguna medalla, pero sí algo mucho más valioso: la posibilidad de leer algún cuento corto en un asiento confortable. Bueno, sabemos que no son muy confortables, pero a esa hora viajar sentado es lo mejor que nos puede pasar.
Estoy llegando al asiento, no tengo más oponentes en el camino. Busco el libro en la mochila y, cuando me estoy por sentar, entiendo todo. La filosofía pasatista se apropia de mí: ¿Quién dejaría librado al azar un asiento junto a la ventana? ¿Existe gente tan bondadosa?
Todas las respuestas aparecieron en forma de agua. El asiento estaba libre porque la lluvia le había ganado de mano al pasajero que, resignado, dejó su lugar para darle paso a la tormenta. Con la solidaridad a flor de piel cierro la ventana e intento secar el asiento. Logrando una gran marca de agua en el sweater, que el sol o el tiempo borrarán.
Me rindo, el agua es el único elemento capaz de deshacer cualquier esfuerzo humano por dominarla. Sin más ganas de luchar me rindo y le cedo la medalla de oro a la lluvia. Una disciplina que aún no domino.
Curva a la derecha, faltan 400 metros para la meta.
Resta la disciplina más complicada del torneo, en la cual nadie quiere competir: lograr que el colectivero no pase de largo ni que insulte al escuchar el timbre.
En sus marcas, listos, ¡fuera! Esquivo la señora de la peluca, 300 metros, el colectivero espía por uno de sus cinco espejos, 250 metros, el pelado me mira pero hago caso omiso a su amenaza, 200 metros, salto una mochila, 150 metros, gano otra mirada por parte del pelado, 100 metros.
Clavo la vista en los ojos del colectivero, siempre a través de sus espejos. Lo miro pidiendo clemencia y aprieto el timbre. No obtengo respuesta alguna, pero espero: la paciencia puede volverme loco, pero entiendo que no quiero ganarme la enemistad de mi conductor.
50 metros para la meta.
Estuve a punto de resignar la última medalla del día, pero el grito de una señora que bajaba en la misma esquina logró despertar al colectivero, quien no pudo ceder a la tentación de derrotarme una vez más: ¡Parada chofer!
Ganamos.
Bajo el último escalón del colectivo, creyendo que las olimpíadas habían terminado. Gran equivocación, por un error de los jueces estaban repitiendo la disciplina más tediosa, salto de charcos, pero no llegaron a notificarme. Dicen que me mandaron una carta, pero viste cómo es esto que el correo y la burocracia…
Otra medalla de oro para el agua...
s.
3 comentarios:
¡¡geniallllllllllllllllllll!!
debo decir, cortázar influyó lo suyo, ¿no?
igual es fantástico. los colectivos son lo más para historias.
¿leíste el de cortázar del colectivo? no me acuerdo el nombre.
en fin,
viva la escritura de conversión de situaciones triviales en maravillas contemporáinas.
Poesía de lo cotidiano. Me divierte tanto leer y enterarme que uno no es un marciano, que esa gente que viaja con vos todos los días te "tiene de vista".
Lo que siempre suelo hacer es ver el título de los libros que lee la gente en el tren. Me intriga mucho, y a veces me sorprendo. Dime qué lees y te diré quien eres...Algo así.
Poesía de lo cotidiano. Me divierte tanto leer y enterarme que uno no es un marciano, que esa gente que viaja con vos todos los días te "tiene de vista".
Lo que siempre suelo hacer es ver el título de los libros que lee la gente en el tren. Me intriga mucho, y a veces me sorprendo. Dime qué lees y te diré quien eres...Algo así.
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