domingo, junio 27, 2004

Rugidos incandescentes


“Y cuando no haya más sol, saldré a verte morir”
“Yo esperaba un `Bienvenidos a mi hogar`, igual no me molesta, todo sea por verla.
Reía por los nervios.
Hacía tres años que lo conocía y recién hoy se animaba a invitarlo a cenar a su casa. Eran muy amigos, se confesaban todos sus secretos y proezas.
La tarta de frutillas a la heladera y la primer copa de vino en el sillón.
“Disculpá” dijo René con cierto pesar.
“Recién empieza la noche, mi reloj marca las nueve y tres” pensaba.
Ella puso música y pasaron al living.
La ciudad se eclipsaba, las luces artificiales aparecían por el horizonte. Y cuando todo fue oscuridad, no pasó nada.
Silencio.
El bretel izquierdo se asomaba por debajo de su vestido.
Él disimulaba, pero era inevitable no hacer nada para acomodarlo. Estiró su brazo cuando ella estaba dada vuelta y quedó inmóvil, helado.
Un rugido salía de la habitación y lo dejaba alelado.
Ella seguía mirando por la ventana, imperturbable como siempre. Quizás el ruido fue sólo una alucinación de él provocada por el hambre. Por las dudas siguió la conversación, mirando fijamente el hombro de ella.
La vista de Mariana recorrió sin pudor todo el cuerpo de él mientras servía café. Comiendo torta, pequeñas porciones, René se quedó callado y de golpe preguntó.
Hizo la pregunta que no debería haber formulado jamás, al menos si no quería perder la amistad que tenían.
Ella confesó la verdad, se peinó con las manos, se disculpó y fue al baño con la excusa de arreglar su maquillaje. Él intentó detenerla estirando su brazo. Pero, por segunda vez en la noche, un gigantesco rugido lo detuvo antes de llegar a destino.
Resignado, le dejó ir. Esperaba otra respuesta, aunque quizás el momento había llegado. Intentó olvidarse de lo acontecido, al menos por el resto de la noche.
Mariana lo espiaba desde el baño, por la hendija de la puerta. René mostraba tristeza en su mirada. Eso la hizo sentir mal.
Esperó en el baño, reunió fuerzas, respiró hondo y volvió al living.
René se preparaba para partir.
Mientras se ponía la campera Mariana le preguntó: “¿Cómo, ya te vas? ¿No vas a probar el postre?”. Había disparado directamente.
Ya habían comido torta, pero ella quería más.
René se hizo el desentendido y simuló estar lleno, haciendo caso omiso a la propuesta encubierta de ella.
“No quiero tener problemas”. Fue una respuesta categórica.
Mariana miró una vez más a su compañero, esta vez sin disimular.
Él, respetuoso, se acercó para saludarla. La besó en la mejilla, le acomodó el bretel izquierdo y caminó hacia la salida.
Ella, mientras él entraba al auto le dijo, ironizando: “Saludos a tu señora”.
René la escuchó, sonrió, dio media vuelta y contestó: “¿De parte del jefe otra vez?”

Ambos rieron, cómplices.

No hay comentarios.: